
Tenía la intención de haber puesto alguna disertación freudiana, quizá un comentario sobre el eneagrama, un reseña a Nietzsche, un copia y pega sobre Hegel, cuatro frases de Kafka, un gancho genial de Woody Allen, alguna majadería sobre Sartre o Sócrates, haber tirado por la senda de las relaciones parentales, por los Sueños y las Existencias de Perls, o sencillamente haber mandado a la mierda el taller que al fin y al cabo hoy ya es Miércoles.
Andaba esto, con frío y café, cuando me ha llegado el nuevo libro de José Luis Alvite que le da título al blog de hoy. Cualquier que se asome al Savoy, comprenderá que Alvite es un personaje genial e inclasificable... El mismo lo describe así.
"¿Qué es el «Savoy»? Comercialmente, un local nocturno, una mezcla de music-hall y casa de comidas, «un poco de luz a oscuras» en medio de la gran ciudad por el que desfilan tipos corrientes y fulanas pasmadas, coristas y matones, músicos y actrices, y sobre todo, esa clase de hombre para quien la muerte no es más que una mala postura con la que matar el rato. A menudo la cena es más dura que la vajilla y la vajilla mejoraría si la limpiasen con el mismo esmero con el que suelen limpiar los ceniceros. En una ocasión el reportero Chester Newman me dijo que «el Savoy es una manera feliz de sobrellevar la tragedia, algo a la vez terrible y memorable, esa especie de sublime peso que notarías si se te cayese encima un avión cargado de palomas». A veces se cierne sobre todos nosotros el presentimiento de cualquier drama y entonces, muchacho, entonces el «Savoy» adquiere un tinte distinto, el matiz sobrecogedor de un local a la vez sedante y moral, como si el club nocturno de Ernie Loquasto compartiese la puerta con el cementerio. Incluso en los momentos de más alta luminosidad del «Savoy» como espectáculo artístico y humano, sus clientes tenemos la sensación de estar al final del horizonte, aunque afrontamos cada noche la maldita vida como si fuésemos las noticias de un periódico con la contraportada en primera página. Personalmente la creación del Savoy la afronté hace cinco años porque al cabo de unas cuantas sesiones en el frenopático comprendí que la literatura me hacía menos daño que la psiquiatría y no me iba al bolsillo. Cada vez que alguien cae abatido a las puertas del club, me saco una espina de los ojos. Los cadáveres del «Savoy» son un puñado de gramática y por otra parte, como en alguna ocasión me dijo Ernie, «nosotros sólo somos malos de buena fe». Hace años, mi inolvidable Lorraine Webster me dijo que «lo hermoso de la mala vida es que en los momentos de aflicción y desesperanza, a las criaturas del arroyo, como a los lectores del periódico, siempre les queda la posibilidad de limpiarse la sangre con la leche del desayuno".
Pues eso, y a propósito de Paloma, rescato una frase que habría quedado bien en tu mirada del Sábado... "Me dijo una vez Ernie Loquasto que el del matrimonio es uno de esos sueños de los que conviene despertar antes de que se te cumplan"... Yo, por el momento sigo soñando.